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La ortorexia y el estado terapéutico. El caso de las campañas antitabaco (página 2)




Enviado por Claudio Altisen



Partes: 1, 2, 3

En los 60 la moda hippy
consumió drogas para
demostrar el rechazo al exceso de racionalización y
tecnificación de la sociedad.
Pretendió ser una proclama alternativa, una vía
química de
protesta social ante el orden imperante. Las drogas se
consideraron entonces un remedio para aliviar las grietas de la
conciencia
contemporánea. Pero un experimento semejante no
podía conducir a nada bueno. De hecho sucedió que
ese intento de expansión de la conciencia buscando
reencontrar una espiritualidad perdida más allá de
la manipulación calculadora y utilitaria, sólo
logró perder la conciencia en los vaivenes de la
sensualidad y no encontrar nada valedero ni duradero; pero
permitió que, en las décadas siguientes, ellos
mismos fueran encontrados como clientes para el
mercado del
narcotráfico.

Pretendiendo romper el sistema se
rompieron a sí mismos y sus pedazos fueron reprocesados en
el lado oscuro del sistema.

b) La cara apolínea:

La intemperancia de un afán de control hasta la
pérdida de la sensatez.

Así como la falta de templanza conduce al
espejismo de la inconciencia, su trayectoria rigorista conduce a
entender la austeridad, la disciplina y
la planificación como una estrategia para
intentar obtener más placer en el futuro. De esta manera
sirve de modelo para la
aparición de una especie de hedonismo perverso que
multiplica las ganas a través del aplazamiento. Estamos
diciendo que el rigorismo es un hedonismo retardado. Luego, la
actual búsqueda de una satisfacción
inmediata
resulta ser el comportamiento
reflejo y primitivo del hombre
contemporáneo ante la rigidez técnica que se le
impone. Ese comportamiento es un hedonismo infantil:
inmediatista, banal, regido por el principio de placer. Pero
contenido y controlado por la discursividad publicitaria.
Extrañamente hemos venido a dar en un nuevo
«cálculo» de la felicidad. Se nos dice
que tenemos que invertir todas nuestras fuerzas en dar la vida
por moldear un cuerpo saludable, de manera que podamos obtener un
cuerpo sano para la vida. Es un absurdo que muestra nuestra
incapacidad para comprender lo que generamos. La estética actual ha condenado el cuerpo al
bondage (esclavitud,
servidumbre, sujeción). El objeto ha devorado a un hombre
sin atributos, sin hogar metafísico, sin casa, sin
comunidad. La
vida saludable comienza a replegarse sobre sí misma, con
un silencio de puertas cerradas que la preserve incontaminada. El
cuerpo saludable no se expone, se disfruta en un aséptico
autismo. Es
objeto de exhibición para voyeristas, pero no es lugar de
contacto. Así, la batalla por una vida saludable a toda
costa, se desarrolla incluso a costa de los otros seres
humanos.

Se observa que existe actualmente una cierta tendencia a
promover el culto del cuerpo, sacrificando todo a
él e idolatrando la perfección física en nombre de
la salud. Semejante
actitud tiende
a suscitar injustas discriminaciones entre las personas y puede
conducir a la perversión de las relaciones
humanas en la sociedad.

Esta obsesión por la vida sana ha sido
denominada por algunos autores como ortorexia (del griego
orthós: recto o íntegro, y
exiáomai: sanar completamente).

2)
Ortorexia

Desde mediados del siglo XX se discutieron nuevas
definiciones de salud, y se afirmó que para el
logro del crecimiento
económico es indispensable mejorar las condiciones de
salud de la población. Entendiéndola como el
completo estado de
bienestar físico, mental y social, y no sólo como
la ausencia de malestar. Este modelo acompañó el
desarrollo de
la concepción de salud presente en el así
denominado Estado Benefactor.

En los años setenta se realizaron investigaciones
en Estados Unidos
y en Europa para
estudiar los estilos de vida de la gente y establecer los
determinantes más relacionados con el gasto
público en materia de
salud.

Muchas de esas investigaciones confirmaron la
importancia de los diferentes estilos de vida como determinante
del nivel de salud de la población. El estudio de los
estilos de vida indicó la presencia de una gran variedad
de conductas que se denominaron "insanas", las cuales determinan
el grado de salud de una población, como por ejemplo: el
consumo
excesivo por mero placer de sustancias legales, la
adicción a sustancias ilegales, la falta de ejercicio
físico, el estrés, el
consumo excesivo de grasas
saturadas, la mala alimentación, las
conductas sexuales de riesgo y la falta
de cumplimiento terapéutico, entre otras.

Muchos de estos estudios demostraron cómo las
conductas denominadas insanas potencian un incremento
significativo en el número de muertes prematuras y de
enfermos. En consecuencia, demostraron que las conductas
denominadas insanas, provocan un importante costo al Sistema
de Asistencia Sanitaria.

Estos estudios fueron los que ocasionaron los cambios en
la gestión
sanitaria de muchos países, que en la década de los
setenta comenzaron a dedicar mayor porcentaje de recursos a la
prevención y a la Educación para la
Salud.

Sin embargo, las gestiones realizadas no resultaron
exitosas. En opinión de algunos autores, la causa
principal del fracaso de muchos de los Programas de
Educación
para la Salud desarrollados por los diferentes gobiernos y
asociaciones en aquel tiempo, fue la
ignorancia respecto de los factores externos que conforman el
medio ambiente
social del individuo
dentro de la comunidad y el no haber establecido la promoción de su modificación en
sentido positivo. En efecto, la concepción acerca de la
salud y de la enfermedad no depende sólo de los avances
registrados en el
conocimiento médico y científico, y en la
tecnología; sino que está
fuertemente ligada a las diferentes cosmovisiones
histórico-culturales prevalecientes en una sociedad. Los
críticos señalan el carácter biologista, ahistórico,
asocial, individualista y autoritario de esos Programas, los
cuales dieron lugar a un tipo de práctica médica
centrada en lo curativo más que en lo
preventivo.

Por otra parte, los críticos también
señalan que mediante los Programas de Salud Pública
los médicos tienden a adentrarse en algunos campos de la
vida humana que les son ajenos. En efecto, no es su función ni
su competencia
controlar y castigar aspectos de la vida humana que dependen
exclusivamente del libre albedrío de las personas. No
obstante, la mano de la Medicina se
extiende sobre el cuerpo de los ciudadanos mediante el incremento
de la esfera de poder del
Estado Terapéutico. Es así que los políticos
y los médicos han desbordado sus competencias
tradicionales y, tanto la Medicina como el Estado
Terapéutico se presentan como una suerte de ángeles
tutelares, bienintencionadamente dispuestos a defender y
garantizar el bienestar y la longevidad de los ciudadanos si se
acepta su Decálogo con la fe debida. Ese Decálogo
supone olvidar que el Estado Terapéutico se dedica a
solucionar los problemas que
él mismo produce. En efecto, lo que enferma y mata a la
población es la imparable fabricación de un mundo
vertiginoso e insensato. Un mundo estrecho, con escaso horizonte
para el despliegue de la vida.

Por eso los Programas fracasan y terminan siendo un
evidente despilfarro. Porque sus supuestas soluciones
resultan inútiles e insignificantes contra las demoledoras
construcciones de la enfermedad y el desasosiego de la
población. Es un juego
extraño. Por un lado, en nombre del Desarrollo se envenena
primero a las poblaciones con la
contaminación, se les reseca la vida en la soledad de
multitudes consumidas por el afán de poseer y por el
miedo. Pero por otro lado, después o a la vez, se acude a
la población con vendas reparadoras.

En esta hora de la punta del Progreso del Régimen
Demotecnocrático Global, se invierten dinerales
multimillonarios en Programas de Salud. No es de extrañar
que la Medicina se encuentre hoy enredada e incapacitada para
desprenderse de toda la política
económica poderosa y demoledora que la envuelve, y
ante la cual su primordial fundamento curativo y de servicio
público para la salud y el bienestar de la vida humana
quede sofocado y perdido.

Esta situación plantea para la población
el peligro o la paranoia de una excesiva valoración de la
salud, tan esclavizante como la enfermedad misma.

Deberíamos reflexionar más serenamente
sobre un hecho ineludible: que la vida es inimaginable sin dolor,
ya que la utopía de una humanidad libre de sufrimientos e
inmune al dolor ha sido la excusa para hacer recaer sobre el
individuo el peso del aparato sanitario. La población se
enferma de ortorexia y no
advierte que esa obsesividad sirve al consumo de la Medicina como
mercancía y da piedra libre al avance autoritario del
Estado Terapéutico sobre la vida privada de la
población. Deberíamos analizan los factores
culturales y económicos que han llevado a la Medicina a
convertirse en el negocio hospitalario-farmacéutico que
controla nuestros organismos con la anuencia del
Estado.

Finalmente, de la mano de los publicitados discursos
ecologistas " generalmente más emocionales que cientificos
[1]" quienes lucran con la ortorexia han concentrado sus
esfuerzos en dar batalla a dos artículos de consumo que
sirven para no cuestionar la responsabilidad del Estado en materia de
salud:

a) El consumo de la denominada "comida chatarra", como
causa de muertes prematuras por obesidad.

b) El consumo del tabaco, como
causa de la muerte por
cáncer de pulmón.

Las batallas legales contra la "comida chatarra"
aún no obtienen el éxito
que ya van consiguiendo contra el tabaco. Quienes llevan
actualmente estas acciones en
los Estados Unidos han diseñado una estrategia contra las
cadenas de comida rápida que procede en tres
etapas:

a) La primera consiste en casos relativamente
fáciles, como el de las papas fritas de
McDonald´s.

La cadena promocionaba sus papas subrayando que se
freían en puro aceite
vegetal,
lo cual era técnicamente cierto. Pero los
abogados señalan que millones de vegetarianos se
aficionaron a las papas fritas de McDonald´s sin saber que
previamente se las bañaba de grasa animal.

Otra de las demandas en marcha ataca la campaña
en la que se habla de la carne de cerdo como la otra carne
blanca,
ignorando que su contenido en grasa y colesterol
está más próximo a la ternera que al pollo.
En esta fase se encuentran la mayor parte de las demandas. Los
abogados involucrados esperan que el éxito de las mismas
haga cambiar a la opinión
pública su forma de ver a las grandes cadenas, pues
sostienen que ese cambio de
visión es lo que realmente inclinó la balanza en la
guerra que van
librando contra el tabaco.

b) En una segunda etapa se trataría de atacar a
las omisiones a la hora de advertir los riesgos que
acarrea lo que se come.

c) Finalmente, en una tercera etapa se intentaría
que las grandes cadenas pagasen su cuota en los costos de las
enfermedades que
se derivan de la obesidad. Los abogados sostienen que deben pagar
porque han sido las grandes cadenas las que han implantado esos
hábitos de consumo en los niños,
mediante campañas de márketing y programas
escolares que han logrado crear una clientela esclava. Los
abogados intentan demostrar que la industria ha
burlado la libre elección del cliente al
oscurecer su capacidad de decisión con mentiras y verdades
a medias sobre lo que se está llevando a la
boca.

Sin embargo, la batalla no está ganada y los
mismos abogados confiesan que el litigio llevará
años o incluso décadas, pero que finalmente
llegará.

En los títulos que siguen vamos a focalizarnos en
la presencia de la tendencia ortoréxica y en el avance del
Estado Terapéutico respecto del consumo de tabaco,
observando fundamentalmente los aspectos éticos y legales
que resultan afectados allí. Otros consumos sólo se
aludirán tangencialmente.

3) El derrotero del
tabaco

3.1.- Un poco de historia.

Originario de América
el tabaco era fumado y usado con fines mágicos y curativos
por varias de las culturas prehispánicas existentes antes
del arribo de Cristóbal Colón al nuevo continente
[2]. Fray Bartolomé de las Casas, en su Historia de las
Indias, escribió:

"Siempre los hombre con un tizón en las manos,
toman sus sahumerios, que son unas hierbas secas metidas en
cierta hoja, seca también, a manera de mosquete, y
encendido por la una parte del, por la otra chupan o sorben o
reciben por el resuello para adentro aquel humo; con el cual se
adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no
sienten el cansancio. Estos mosquetes, o como los nombraremos,
llaman ellos tabaco".

Después del descubrimiento, procedente de las
Colonias de América, el tabaco llegó a España en
el siglo XVI. El primer europeo que probó la deliciosa
hoja fue Rodrigo de Xerez, quien vio a los indios cubanos fumando
hojas de tabaco enrolladas. De vuelta a su tierra natal
de Ayamonte fue sorprendido en su casa echando humo por la boca,
lo cual compuso una escena singularísima en la
España feudal de entonces por la cual acabó siendo
confundido con un poseso del demonio. El Tribunal del Santo
Oficio lo envió a purgar su "pecado" en una
mazmorra. Liberado algunos años después, Rodrigo
vio cómo muchos vecinos de Ayamonte ya fumaban esa "hoja
endemoniada".

Inicialmente el tabaco adquirió fama de planta
medicinal y su reconocimiento fue amplio y difundido. En el siglo
XVII ya se lo conocía en todo el mundo, desde China hasta
las costas occidentales de África. En
la Europa de los siglos XVIIII y XIX e incluso durante la primera
mitad del siglo XX, el fumar fue considerado un signo de
distinción social. Importantes personalidades de la vida
pública de entonces: hombres de Estado, importantes
hombres de negocios,
artistas y altos dignatarios eclesiásticos,
compartían el hábito de fumar en sus
múltiples modalidades. Hasta el Papa San Pío X
fumó y otros santos también, o al menos no
reprobaron ese gusto por el tabaco. El Beato Papa Juan XXIII en
ocasiones hasta fumaba más de un paquete de cigarrillos
por día.

Sin embargo, y a pesar de su amplia aceptación
entre personas destacadas en la sociedad, el tabaco fue
cuestionado a lo largo de toda su historia ya desde épocas
tempranas y, en ocasiones, se trató a los fumadores con
mucha crueldad. La primera acusación de peligroso
veneno,
salió de Francia en el
siglo XVI. Luego, todas las Casas Reales de la época se
apresuraron a decretar medidas correctivas rigurosas, llegando a
amenazar a los adeptos con los castigos más
horribles:

La Reina Elizabeth de Inglaterra
mandó confiscar pipas y tabaqueras, las cuales eran en
aquel tiempo de un alto valor. Y esto
a pesar de que su país era por entonces, a través
de sus Colonias, el mayor productor mundial de tabaco.

En Londres se impuso la decapitación al que
fumase. En 1604, el rey Jacobo I de Inglaterra escribió su
Misocapnos (odio al humo) a lo que los Jesuitas "
amplios y directos conocedores del tabaco en sus misiones del
Nuevo Mundo" publicaron un Anti-Misocapnos, de
argumentación mucho más lógica
y contundente que la del monarca inglés.
El anatema contra el tabaco suscrito por Jacobo I, destila ese
tradicional eurocentrismo
para el cual todo lo que procedía de las colonias
ultramarinas era despreciable:

"Porque siendo esa planta una yerba común, que,
aunque bajo diversos nombres, crece casi dondequiera, fue
primeramente descubierta y utilizada por algunos bárbaros
indios a guisa de preservativo o antídoto contra las bubas, asquerosa
enfermedad a la que esos salvajes están, como todos
sabemos, muy expuestos, debido a la sucia y tostada constitución de sus cuerpos y al excesivo
calor de su
clima; de modo
que cuando tales gentes fueron traídas por vez primera a
la cristiandad, junto con ellas vino esa en extremo detestable
dolencia acompañada del hábito del tabaco, a modo
este de pestífero y amargo contraveneno para tan execrable
y putridomal y de hedionda fumigación, todavía en
use por las mismas contra aquel, cual si de ese modo pretendiesen
con un tosigo acabar con otro su igual".

En algunos sitios la Inquisición también
prohibió el uso del tabaco por motivos eurocentristas; es
decir: por considerarlo una práctica bárbara y
procedente de una cultura
salvaje. En Real Cédula del 16 de septiembre de 1586,
Felipe II se hizo eco de las supersticiones que recaían
sobre la "maldad intrínseca" de la hoja de tabaco e impuso
penas de azotamiento y destierro a los cultivadores y
expendedores, y ordenó que "fuera públicamente
quemada como hierba perjudicial y dañosa".

El Papa Urbano VIII dictó en 1624 una Bula donde
exponía y sentenciaba lo siguiente:

"No hace mucho que se nos ha informado que la mala
costumbre de tomar por la boca y las narices la yerba vulgarmente
denominada tabaco, se halla totalmente extendida en muchas
diócesis, al extremo que las personas de ambos sexos, y
aun hasta los sacerdotes, y los clérigos, tanto los
seculares como los regulares, olvidándose del decoro
propio de su rango, la toman en todas partes y principalmente en
los templos de la villa y diócesis de Hispale (Sevilla),
sin avergonzarse, durante la celebración del muy santo
sacrificio de la misa, ensuciándose las vestiduras
sagradas con los repugnantes humores que el tabaco provoca,
infestando los templos con un olor repelente " con gran
escándalo de sus hermanos que perseveran en el bien" y
aparentando no temer en nada la irreverencia de las cosas
santas.

…  …  …  … …  … 
…  … …  …  …  …
… 

… por medio de la presente, pongamos en entredicho y
prohibamos en consecuencia, a todos en general y a cada uno en
particular, a las personas de uno y otro sexo, a los
seculares, a los eclesiásticos, a todas las órdenes
religiosas y a cuantos formen parte de una institución
cualquiera de esa naturaleza, el
tomar tabaco bajo los pórticos y en el interior de las
iglesias, ya sea mascándolo, fumándolo en pipa o
aspirándolo en polvo por la nariz; en fin, usarlo en
cualesquiera formas que sean. Si alguno contraviniese estas
disposiciones será excomulgado inmediatamente, ipso
facto,
sin más ni menos, de acuerdo con los
términos del presente interdicto".

En 1645, el zar ruso Alexis ordenó deportar hacia
las frías tierras de Siberia a todo fumador, y
después dictó otro decreto imponiendo la tortura y
aún la muerte. La
tabacofobia de los autócratas rusos terminó cuando
Pedro el Grande, aficionado al consumo de la hoja durante su
viaje a Inglaterra, legalizó el hábito de fumar y,
además, dispuso aprovecharlo en beneficio del tesoro
zarista. Desde 1697 la monarquía rusa instauró el monopolio del
tabaco en Siberia.

Desde temprano los jerarcas mahometanos no tardaron en
advertir la difusión entre los suyos del consumo de 
productos
deleitables de origen occidental y cristiano, y se apuraron
entonces a proclamar que tanto el uso del tabaco como del
café
eran contrarios a su libro sagrado,
el Corán, y que a los practicantes de tales deleites
debía cercenárseles la cabeza.

Amurat IV de Persia ordenó que se cortase la
nariz al que absorbiese tabaco.

En Japón,
como en otros países orientales, también se
prohibió el tabaco. En 1607, el shogun de Tokugawa,
condenó a los fumadores, entre otras penas, a sufrir la
confiscación de sus bienes y
cincuenta días de prisión.

Asimismo, después de centurias de prohibiciones y
penurias para los fumadores, ninguna de las decisiones
surtió el efecto esperado. Quedó así en
claro el nulo rédito que llevan tales
determinaciones.

En todo el mundo se siguió fumando y la estima
por el tabaco creció mucho más entre las gentes de
toda clase y
condición. Esto a pesar de que en distintos países
se siguieron sancionando leyes contra el
tabaco incluso hasta las primeras décadas del siglo XX. En
las décadas posteriores, el uso social dejó de ser
cuestionado y, en un contexto mundial más
democrático, se dejó el asunto al libre
albedrío de cada quien.

A pesar de los fuertes debates y cuestionamientos, la
industria tabacalera continuó creciendo hasta ser una de
las más importantes fuentes de
trabajo a
nivel mundial y una de las ramas empresariales más fuertes
del mundo globalizado.

Pero, sin embargo, desde las últimas
décadas del siglo XX el fumar comenzó a ser
nuevamente tratado con particular dureza, pues ya no se
sancionaban aspectos referidos a su mero uso social, sino que se
le dio base científica a las objeciones, calificando
médicamente al hábito de fumar como un vicio
contraproducente para la salud,
practicado por adictos
al tabaco. En los años 70 Francia intentó sin
éxito controlar el consumo. A partir de los años
80, se avanzó todavía más y se lo
consideró como una adicción dañina para la
salud de terceros no fumadores.

Lo interesante del caso es que las objeciones tomaron
nuevo impulso a partir de este basamento científico (ya no
moral, ni
religioso, ni etnocentrista), obteniendo amplia recepción
en contextos democráticos signados por fuertes debates
ecológicos y entre personas con una cierta obsesividad por
los temas de salud: belleza, bienestar físico, naturismo,
etc.

En un escenario tan global como multifacético y
pluricultural, el fumar ya no podía ser juzgado como una
costumbre "diabólica", "inmoral" o "bárbara", pero
comenzó a ser juzgado como una suerte de atentado a la
salud
pública, frente al cual el Estado tenía la
obligación de intervenir. Los organismos internacionales y
regionales abocados a temas de salud reforzaron este discurso, y
las entidades crediticias mundiales condicionaron algunos de sus
préstamos a la existencia de políticas
contra el tabaco en los países solicitantes. A menor
escala, en el
nivel de la vida cotidiana, esta nueva perspectiva de las
autoridades se tradujo en que las personas que fuman resultaran
socialmente anatematizadas como sujetos
"antidemocráticos", que no saben respetarse a sí
mismos ni a los demás.

Estas polémicas también levantaron
voces en
defensa del tabaco. En tal sentido, algunos autores han
puntualizado que la costumbre de fumar no constituye propiamente
una adicción. A favor del tabaco se ha dicho
también que tiene importantes efectos sobre el sistema nervioso
central que incluyen estimulación y sedación,
mata el tedio, calma
los dolores, inhibe el apetito, aviva en cierto modo la inteligencia,
es fuente de vitamina PP (ácido nicotínico) o de
ácido glutámico y que favorece el peristalismo
intestinal, entre otras cosas.

La polémica parece no tener fin.

3.2.- Los componentes perjudiciales del humo del
cigarrillo.

Como quiera que sea, hoy en día es de todos
sabido que el tabaco no es precisamente una vitamina, sino que
más bien es un producto que
puede resultar perjudicial para la salud, como se lee en
los mismos paquetes de cigarrillos, donde una leyenda invoca la
Ley
23344 del año 1986.

Su acción
de tóxico no ofrece duda, aunque sus efectos dependen de
la dosis; es decir, de cuánto se fuma normalmente, de la
actividad del fumador, de su constitución física y
de su estado psicológico. Se afirma que fumar es
perjudicial para la salud porque, entre las muchas sustancias que
componen el humo de los cigarrillos, predominan tres que merecen
especial atención; a saber: la nicotina, el
alquitrán y el monóxido de carbono.

a) La nicotina es una sustancia
orgánica que constituye el principal ingrediente activo de
los cigarrillos. Es el alcaloide predominante. No es cancerígena, pero en exceso resulta
tóxica, produce mareos, nauseas y palpitaciones entre
otras cosas. Es una sustancia psicoactiva que permite mantenerse
despierto, en alerta, calmo y relajado.

En la inhalación del humo del cigarrillo la
nicotina es vehiculizada en pequeñas partículas de
alquitrán y resulta rápidamente absorbida por el
organismo, predominantemente en el pulmón.

La nicotina se elimina del cuerpo en unas dos horas y
por ello los fumadores mantienen su nivel suministrando varias
dosis a su cuerpo en lapsos reducidos. Si el aporte de nicotina
al organismo se realiza varias veces en lapsos inferiores a dos
horas, el cuerpo necesitará entonces varios días
para eliminarla. La nicotina se elimina fundamentalmente a
través de la orina y de la saliva.

Es mortal en dosis de 1 mg. por cada kilo de peso, lo
cual significa que una dosis letal para el hombre
debería consistir en unos 40 o 60 mg. de nicotina o
más, pero los cigarrillos comunes no suelen sobrepasar la
cantidad de 1 o 1.4 mg. de nicotina. A esas pequeñas
cantidades el organismo puede descomponerlas y eliminarlas
rápidamente. Por otra parte, se ha de señalar que
un cigarrillo se fuma quemando tabaco y la combustión destruye la mayoría de la
nicotina.

b) En el humo del cigarrillo el
alquitrán es la sustancia más
perjudicial. En efecto, los alquitranes poseen miles de
componentes químicos entre las cuales unas 60 sustancias,
particularmente los benzopirenos, pueden llegar a producir
cáncer.

El alquitrán es una sustancia irritante con
propiedades obstructivas. Disminuye la capacidad olfativa y se
queda pegado en los pulmones formando una capa que disminuye la
capacidad de absorción del oxígeno, a la vez que provoca tos y una
mucosidad excesiva caracterizada por un notable aumento de su
viscosidad.

El alquitrán está presente en el humo del
cigarrillo en virtud del papel con el que se fabrica el cilindro
que contiene al tabaco. El papel de cigarrillos es de unos 16 cm2
y está fabricado con fibra vegetal. Concretamente, suele
ser fibra de lino. Pero el alquitrán aparece a
consecuencia de la especial preparación y acabado que ese
papel necesita, pues en su proceso de
composición intervienen distintas sustancias
químicas. Consciente de este fenómeno, la industria
tabacalera intenta diversas soluciones: por un lado la
fabricación de filtros con mayor capacidad de
absorsión del alquitrán y, por otro lado, se ensaya
la utilización de materiales que
reemplacen al papel. En Europa, por ejemplo, se está
comenzando a fabricar papel de fumar de puro cáñamo
y goma natural, sin aditivos químicos.

Más de 20 mg. es un nivel alto de
alquitrán por cigarrillo. Un nivel medio de
alquitrán supone entre 15 y 20 mg. por cigarrillo. Un
nivel bajo de alquitrán es uno de menos de 15 mg.
por cigarrillo. Las marcas de
cigarrillos que tienen un contenido aproximado de 1 a 6 mg. de
alquitrán, según pruebas
mecánicas hechas por la Comisión Federal de
Comercio de
Estados Unidos (Federal Trade Commission), reciben generalmente
el nombre de ultra-light (ultra ligeros). A los
cigarrillos con un contenido aproximado de 6 a 15 mg. de
alquitrán se les llama light (ligeros) y las marcas
que tienen contenidos de alquitrán superiores a los 15 mg.
se les conoce como regular (normal) o full flavor
(sabor pleno).

El contenido máximo de alquitrán por
cigarrillo permitido por la Unión
Europea en el año 1992 era de 15 mg., en 1997 se
redujo a 12 mg. y en el 2004 descendió a 10 mg.

Un cigarrillo aporta un promedio de aproximadamente
entre 7 y 15 mg. de alquitrán al organismo, dependiendo
del tipo de procesado que tenga, pues hay cigarrillos con
valores
inferiores a 7 mg. y otros superiores a 15 mg. Sin embargo, en
las zonas céntricas  de las grandes ciudades las
personas inhalan dosis superiores de alquitrán, el cual se
hallan presente en el medio ambiente
procediendo fundamentalmente de los caños de escape de los
vehículos automotores.

El cuerpo elimina el alquitrán gracias a la
acción de limpieza realizada por unas células
del sistema inmunitario llamadas macrófagos. Esas
células tienen la propiedad de
aislar, destruir e ingerir sustancias ajenas al organismo. En el
caso del alquitrán, el organismo finalmente lo elimina
mediante la orina y en la expiración de aire durante la
actividad física. En niveles elevados de alquitrán
su excreción se completa desde unas 24 a 48
horas.

c) El monóxido de carbono es un
gas
tóxico que se forma naturalmente en cualquier proceso de
combustión de materiales que contienen carbono. Constituye
del 1 al 5% del humo del tabaco.

Habitualmente al respirar inhalamos diversos gases
(nitrógeno, oxígeno y vapor de agua), entre
los cuales también se cuentan porcentajes reducidos de
gases contaminantes como el monóxido de carbono. Al fumar
un cigarrillo la persona inhala
aproximadamente el doble del monóxido de carbono presente
en el aire no contaminado y libre de smog. Pero el aire que
habitualmente se respira en las ciudades y en los hogares no es
incontaminado, sino que suele tener niveles altos de
monóxido de carbono, incluso en mucho superiores al humo
del cigarrillo. La emisión total de monóxido de
carbono en las grandes ciudades supera a la de otros
contaminantes gaseosos juntos y su tiempo de permanencia en la
atmósfera
se estima entre 2 y 4 meses. La exposición
a concentraciones de entre 50 y 250 mg/m3 de monóxido de
carbono durante más de 2 a 4 horas afecta la capacidad de
raciocinio de una persona y causa incremento del pulso.
Podría decirse que en las calles angostas entre edificios
altos y durante las horas con mayor tránsito en un centro
urbano, los transeúntes pueden sufrir jaquecas, fatiga y
también pueden llegar a presentar náuseas y cambios
bruscos de carácter.

El cuerpo de un fumador necesita casi unas 8 horas para
bajar el nivel de monóxido de carbono en sangre a niveles
normales. Este gas produce en el organismo un desplazamiento del
oxígeno de los glóbulos rojos (carboxihemoglobina),
lo cual reduce la cantidad de hemoglobina disponible para
transportar oxígeno al resto del organismo. El resultado
es el espesamiento de la sangre, obligando al corazón a
bombear con mayor fuerza para
proveer al organismo de oxígeno suficiente. Además,
el monóxido de carbono eleva el colesterol, favoreciendo
la aparición de placas de grasa en las arterias. Sin
embargo, se ha de señalar que el colesterol es un actor
secundario del proceso, pues los verdaderos y principales
protagonistas del deterioro de las arterias son los radicales
libres.
Estos minúsculos enemigos se liberan en el
cuerpo, por ejemplo, al descomponerse productos
petroquímicos presentes en medicinas, colorantes
alimentarios artificiales, conservantes de carnes procesadas,
grasas no saturadas, alcohol, agua
clorada, el humo de los caños de escape de los
vehículos automotores y de las chimeneas hogareñas
y fabriles, y el humo del cigarrillo. También producen
radicales libres el estrés, la falta de ejercicio
físico, las bebidas con cafeína, los azúcares refinados y
los dulces concentrados.

3.3.- Recomendaciones para fumadores.

A) Ante este escenario, y sabiendo que el hábito
de fumar conlleva algunos riesgos para la salud, una persona
responsable que no desee privarse del gusto de fumar, pero que
quiera hacerlo de modo sensato y prudente,
debería cuidar cuanto menos algunas de las siguientes
recomendaciones prácticas, entre las muchas que se
podrían dar:

1) No encender cigarrillos en lapsos de tiempo
inferiores a una hora y media o dos. De este modo se da
más tiempo al organismo para sus labores de procesamiento
y eliminación de las toxinas.

2) Fumar menos de 20 cigarrillos diarios.

3) Si no se consiguen cigarrillos cuyo filtro venga
diseñado con «chimeneas», conviene hacer
entonces un pequeño orificio al cilindro de papel del
cigarrillo inmediatamente antes del filtro. De este modo se
ventila mejor el cilindro y se permite que el aire diluya una
gran parte del humo, disminuyendo así el contenido de
nicotina y alquitrán.

4) Fumar pausadamente, dejando descansar el cigarrillo
en el cenicero, pues si se apuran las inhalaciones se intensifica
la quema elevando así los niveles de concentración
de las sustancias componentes del humo.

5) No fumar el cigarrillo hasta el filtro, pues en ese
último tramo se aumenta la concentración de las
sustancias componentes del humo. Precisamente, para evitar la
inhalación de sustancias concentradas, hemos de
señalar que tampoco se debe sostener el cigarrillo con los
labios durante tiempos prolongados, sino que se lo ha de tener en
la mano o dejarlo descansar en un cenicero.

6) Enriquecer el organismo con dosis importantes de
antioxidantes (vitaminas E y
D, ácido fólico, etc.), pues combaten a los
radicales libres, diluyen los elementos que obstruyen las
arterias y evitan la generación de células
anormales o cancerígenas.

7) Hacer ejercicio regularmente, especialmente
aeróbicos.

8) Beber mucha agua y completar la alimentación
ingiriendo mayor cantidad de lácteos y
de vegetales, particularmente frutas.

Estos consejos no pretenden constituir algo así
como un recetario para una forma «segura» de fumar,
pero señalan opciones válidas para que quienes no
quieran dejar de fumar puedan hacerlo con mayor templanza y
evitando el enviciamiento. Por otra parte, estas recomendaciones
dependerán también de la constitución
concreta de cada organismo y de los peculiares gustos de la
persona.

B) ¿Cuándo una persona debería
dejar de fumar, para siempre o por un tiempo? Pues
bien:

1) Cuando su salud está realmente afectada, sea
por el tabaco mismo o por cualquier otra cosa a la que el humo
del tabaco agravaría.

2) Cuando la persona se da cuenta de su incapacidad para
moderar razonablemente su afición al consumo de
cigarrillos. Si fuma compulsivamente eso es signo claro de
enviciamiento o adicción.

3) Cuando existan motivaciones interiores (religiosas,
ascéticas o de cualquier otra índole) que le hagan
preferible abstenerse de fumar.

C) ¿Cuándo puede empezar a
fumar
una persona?

Pues cuando lo desee. Sólo que debería
hacerlo cuando ya sea mayor de edad, pues necesita tener la
suficiente madurez como para poder moderarse convenientemente y
mantener su conducta dentro
de los límites de
la honestidad y de
la higiene. La
persona que fuma debe ser lo suficientemente madura y responsable
como para que pueda ser ella quien maneje al tabaco y no al
revés. Los jóvenes, de suyo, están
más inclinados a dejarse llevar por la
sensualidad.

En tal sentido, más que restringir la libertad de
los adultos en nombre de la salud pública, el Estado
debería preocuparse por actuar de modo preventivo con el
objeto de retrasar la edad de inicio en el consumo de tabaco. Al
respecto, suele decirse que la política de aumento
del precio del
tabaco apunta precisamente a que los menores no puedan comprar
cigarrillos, pues se supone que dispondrán para ello de
menos dinero que los
adultos. Pero esta es una medida ingenua. A lo sumo sólo
consigue que los menores fumen tabaco de inferior calidad y, a su
vez, perjudica injustamente a los adultos. Más bien
debería controlarse más severamente la
prohibición de expendio de tabaco a los menores de edad y
debería enseñársele a los menores la no
conveniencia de su ingreso prematuro al mundo del tabaco. Para
ello se necesita formación en virtudes humanas, antes y
más que la imposición impersonal de soluciones de
orden técnico-económico. Debería reforzarse
la formación del actuar responsable y temperado, pero no
parece ser ese el mensaje que los Medios de
Comunicación Social destinan a los menores, sino
más bien lo contrario. Basta observar algunos pocos
programas televisivos destinados a los jóvenes para
apreciar la presencia de: exaltación del desenfreno, cauce
libre a la sensualidad, desafío a las normas
establecidas, minusvaloración de los vínculos y
compromisos familiares, comportamiento espontáneo e
irreflexivo, etc. ¿Acaso alguien puede creer que un
aumento de precios
logrará hacer efectivamente algo frente a todo esto? Los
problemas humanos no se resuelven con técnicas
de restricción de la libertad, sino formando a la persona
para obrar libremente y con responsabilidad.

3.4.- Las discusiones en torno a los
fumadores pasivos.

En el año 1981, el investigador japonés
Takeshi Hirayama publicó un estudio sobre el cáncer
de pulmón realizado entre algo más de unas cuarenta
esposas no-fumadoras de maridos fumadores, en Japón. Los
resultados de ese estudio marcaron el inicio de un amplio
debate
crítico sobre el supuesto riesgo que el humo de los
cigarrillos representa para la salud de los así
denominados fumadores pasivos [3].

El estudio de Hirayama fue muy comentado tanto en los
medios de
comunicación de todo el mundo como en las discusiones
sobre evaluación
de riesgos y procedimientos de
regulación, incluso a nivel gubernamental. Posteriormente,
el humo del cigarrillo quedó incuestionadamente catalogado
como un factor de riesgo capaz de afectar negativamente a la
salud de una amplia masa de la población, generosa y
difusamente definida como «fumadores pasivos». En tal
sentido, se extendió la idea según la cual las
personas que fuman pueden ser las culpables de hacer padecer a
quienes no fuman: cáncer de pulmón y enfermedades
coronarias, entre otras tantas afecciones como ciertos tipos de
neumonías, asma y
bronquitis.

Sin embargo, más de 20 años
después, en el año 2003, una reconocida y
prestigiosa publicación médica británica "
el afamado «British Medical Journal»" publicó
un estudio realizado por un grupo de
científicos norteamericanos de Nueva York y California.
Las investigaciones estuvieron dirigidas por el Dr. James
Enstrom, investigador de la Escuela de Salud
Pública de la Universidad de
California en los Ángeles, y
por el Dr. Geoffrey Kabat, profesor de
Medicina Preventiva en la Facultad de Medicina de New Rochelle en
Nueva York.

Los resultados del estudio indicaron que los tan
mentados efectos del tabaco en los denominados fumadores pasivos,
podrían estar algo exagerados… James
Enstrom, autor principal del estudio, aseguró:

«La asociación entre la exposición
al humo del tabaco y las enfermedades
cardiovasculares y el cáncer de pulmón
podrían ser considerablemente más débiles
de lo que se creía
».

Enstrom explicó que se analizaron datos de un
estudio de prevención del cáncer entre 118.094
adultos californianos, realizado entre los años 1959 y
1988. Se centraron en más de 35.500 personas que nunca
habían fumado, pero que sí lo habían hecho
otros miembros de su entorno familiar. Los científicos
encontraron que la exposición al humo del tabaco no
estaba asociada
con las muertes por cáncer o problemas
cardiovasculares.

La investigación puso en evidencia que la
presunta afectación del humo ambiental en el organismo de
los no fumadores ha sido mera especulación a partir
de conclusiones apresuradas obtenidas de casos aislados, y no
procedentes de estudios científicos basados en
seguimientos estadísticos de largo plazo en muestras
realmente significativas.

La investigación de Enstrom no tardó en
encender la polémica.

Inmediatamente los detractores de la
investigación publicada por un medio tan prestigioso
como el «British Medical Journal», hicieron notar que
algunas empresas
tabacaleras habían colaborado en la financiación de
la investigación, y que ello reducía la
credibilidad de los estudios realizados.

Ante esta acusación que pretendía poner en
duda la honorabilidad y profesionalidad de los científicos
involucrados, el equipo aclaró que la subvención de
la industria tabacalera era totalmente honesta y legítima,
y que sólo fue aportada al final de la
investigación.

En una entrevista
periodística y cansado de tantos cuestionamientos, Enstrom
señaló:

«Tal vez los sentimientos acerca de este tema son
tan intensos que a nadie realmente le importa lo que muestran las
evidencias».

El punto es que más allá de las
especulaciones y deseos, hasta el momento no es tan sólida
la evidencia sobre los efectos deletéreos del humo del
cigarrillo en las personas no fumadoras. Uno de los marcadores
biológicos más claros sobre la exposición al
humo del cigarrillo es la constatación de metabolitos de
la nicotina en sangre, orina, saliva y otras secresiones. Pues
bien, las conclusiones del Departamento de Epidemiología
de la University of North Carolina, Chapell Hill, de 1992, y del
American Public Health Association, a través del American
Journal of Public Health, de 1990, permiten afirmar que la no
comprobación de metabolitos tóxicos en
concentraciones suficientes hace difícil establecer
relaciones causales entre el tabaco y las enfermedades de los
así denominados fumadores pasivos. Incluso la oficina de
la
Organización Mundial de la Salud (OMS) en Lyon,
Francia, debilita la relación entre humo de cigarrillo y
cáncer pulmonar. Claramente lo explica en el
reporte «Passive smoking does not cause
cancer-official», Health Correspondent, 1998; International
Agency for Research on Cancer in Lyon.

El profesor George Dawey Smith, de la Universidad de
Bristol, en el Reino Unido, asegura que es muy difícil
medir el real impacto
del humo del tabaco en el medio
ambiente. Por lo tanto, agrega, hay un gran riesgo de errores
en las investigaciones que se hacen al respecto y en las
conclusiones que se sacan sobre los supuestos riesgos a la salud
de los denominados fumadores pasivos.
En tal sentido, este
tema seguirá siendo por mucho tiempo un asunto en disputa
y controversia.

En Noviembre del año 2000, el Canadian Center for
Occupational Health and Safety, declaró que todos los
efectos negativos postulados hasta el momento como resultado de
la exposición pasiva al humo del tabaco, no supera un
riesgo relativo mayor a un ínice de 1.4. El
riesgo relativo muestra la mayor probabilidad
que existe de contraer una enfermedad frente a un probable factor
causal que la de no contraerla. Pero es conveniente
señalar que se considera que hay riesgo
significativo
recién cuando ese índice es
superior a 3. Y se considera que el riesgo es neutro
cuando el índice es de 1. Cuando se dice que el riesgo es
«neutro», eso significa que la probabilidad de
enfermarse o no, es la misma. Luego, un índice apenas
superior a 1 es, hasta el momento, un valor
epidemiológicamente poco significativo.

3.5.- Interacciones cotidianas entre fumadores y
no-fumadores.

Más allá de las discusiones
científicas en este campo, es también interesante
observar lo que sucede al nivel de la vida cotidiana en las
relaciones entre las personas que fuman y las que no
fuman.

En términos generales y por razones que
sería demasiado largo exponer aquí pues
excederían las pretensiones de este escrito, podemos
señalar que es posible observar en las personas cierta
propensión a un trato inmediatista. Con esto
queremos decir que las personas no se reconocen mutuamente como
sujetos de mayor plenitud simbólica. Ese tipo de trato
reductivo se manifiesta en una cierta puja cotidiana que puede
observarse desde el llano en las interacciones compulsivas
entre las personas, particularmente en la vida urbana. Por
momentos el trato es tan tenso que se producen lamentables
conductas de compensación (para tratar de completar
lo que falta en el vacío interior de la vida posmoderna) y
de catarsis (para exteriorizar y descargar la presión
interior) signadas por diversas formas de agresividad.
Esas formas a veces suelen degenerar en expresiones
violentas.

Algunos ámbitos de constatación de esas
conductas defensivas frente a los fumadores pueden ser, entre los
más habituales: la agresividad de distinto tipo e
intensidad en los lugares de trabajo (a veces expresada mediante
chistes,
murmuraciones y gestos), la intolerancia en la calle o en los
espacios públicos (donde puede observarse la falta de las
más elementales normas de cortesía para quienes
desean fumar), el apasionamiento irracional y autoritario en las
conversaciones ocasionales sobre el tabaco, etc.

Con frecuencia este tema suele plantearse en los
términos de un reñido debate que acaba colocando a
fumadores y no-fumadores en un plano de víctimas y
victimarios respectivamente.

Por otra parte, el debate se aviva al calor de una
verdadera proliferación de campañas publicitarias y
de acciones gubernamentales que se realizan bajo la consigna de
defender al «fumador pasivo». Esto significa
que tales acciones no se realizan para prevenir sobre los
posibles riesgos del hábito de fumar, sino directamente
para coaccionar a los mismos fumadores.

Se aumentan los impuestos al
tabaco para dificultar su compra, se prohíbe fumar en casi
todas partes (incluso violando el derecho de
propiedad) y todo con la excusa de protegernos de riesgos
remotos a la salud, supuestamente causados por el humo de
terceros. Amparado en el dictamen médico, el Estado
restringe el margen de libertad de las personas que fuman casi
como si enfrentase una situación de epidemia. Luego, en la
convivencia urbana y en nombre de la salud, se observan a diario
verdaderas situaciones en las que los no-fumadores se sienten con
derecho a agredir y maltratar a las personas que fuman,
pues en su imaginación las registran como a agentes
contaminantes. Sucede entonces que las personas que no fuman
sienten que quienes fuman las agreden con su conducta y, en
consecuencia, se colocan a la defensiva.

Por otra parte, cuando invocando el nombre de la ciencia se
afirma unívocamente que quien fuma es un adicto,
queda en entredicho su libertad personal. Luego,
en nombre de la misma libertad se lo compele a que deje de fumar
[4].

Todo parece entonces justificado, porque se dice que
estadísticamente se ha medido que el tabaco es la
principal causa del cáncer de pulmón, y luego la
consecuencia es tan simple como clara: el tabaco
mata.

Es extraño, pero otra vez como antaño el
tabaco vuelve a ser «demonizado» y los fumadores
vuelven a ser tratados como
«bárbaros». Llama la atención que un
mundo supuestamente tan evolucionado y tan amplio de criterio en
tantos temas complejos y controvertidos, haya involucionado hacia
una especie de neo-inquisición médica. Y
también llama la atención que en un mundo tan
estadísticamente mensurado se trate a los fumadores con
tanta desmesura. Si de lo que se trata es de prestar
atención a las estadísticas, deberían entonces
montarse campañas publicitarias con carteles que dijeran
algo así como: en las playas, tomar sol mata; en
las autopistas, conducir coches o motos mata; en las
estaciones de servicio, el monóxido de carbono
mata;
en los bares, beber alcohol mata; en los
supermercados, los colorantes y los conservantes matan; en
los fast food, la comida chatarra mata; en los
restaurantes, la obesidad mata; en las empresas
telefónicas, el celular mata y sus antenas
también…
Todavía mejor, para ser
completamente consecuentes, habría que prohibir todas esas
insanas costumbres. Finalmente, puestos a hacer campañas
publicitarias contra todo lo que atenta remotamente a la salud de
la población, sería de esperar que se haga
también campaña contra algunos programas de
televisión que atentan gravemente contra la
salud intelectual. ¿Acaso no es mucho peor contaminarse la
cabeza que los pulmones? No se tome tan a la ligera esto que
decimos. Con estas ironías no pretendemos banalizar las
cosas, sino tan sólo señalar incoherencias y
prevenir. Nótese que ya han comenzado a transitar por los
Tribunales las demandas contra las hamburguesas y las papas
fritas.

La forma en la que están diseñados los
enunciados que el discurso oficial utiliza para atender al
fenómeno del tabaquismo, y las
normas que al respecto sanciona, alientan en la vida cotidiana un
tipo de trato desdeñoso hacia las personas que gustan
fumar. En los no-fumadores ese trato hacia quienes fuman suele
acusar un marcado rasgo de intolerancia muy poco
democrático, por cierto.

No puede dejar de observarse en la conducta de muchas
personas no fumadoras una notoria ausencia de la virtud de la
templanza:

a) Por defecto: intemperancia. Cuando desbordan
los límites de la razón y su oposición al
tabaco es más emocional que sensata, a la vez que no
advierten el inmoderado apego que tienen a su pretendido
bienestar físico y a la estética
corporal.

b) Por exceso: rigorismo. Cuando, sobrevaluando
el bienestar físico, se someten a duras disciplinas
corporales y se oponen rígidamente incluso al uso moderado
del tabaco o de otras sustancias no narcóticas que se
consumen por mero gusto.

3.6.- La proximidad de lo lejano.

Al parecer, el mero cuidado remoto de la salud se
constituye en razón suficiente para excusarse de guardar
la debida cortesía en la proximidad del trato
cotidiano con las personas fumadoras.

Es verdad que las personas a quienes les incomoda el
olor a tabaco o que padecen alguna enfermedad sensible al humo
del tabaco, tienen derecho a solicitar que no se fume en su
presencia, y todo fumador debe saber respetar eso. Esto no es
nuevo. Un viejo libro de Urbanidades publicado en el siglo
XIX señalaba que los fumadores deben tener la elegancia de
abstenerse de fumar en lugares cerrados o sin ventilación,
cuando estén en esos recintos con personas que no fuman y
a quienes les incomoda el olor a tabaco. Y también
señala el texto que no
se debe encender tabaco negro
sin pedir permiso a los demás.

Partes: 1, 2, 3
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